Perdón

La hice llorar y no lo sabía. Me lo dijo mucho después cuando la herida ya había cerrado. Yo no abrí la herida pero el comentario que desató el llanto fue como la sal. Me dijo que ya había pasado, que fue hace mucho. Sin embargo que el recuerdo todavía perdure me dice que fue importante.

No se lo dije, pero después que me lo contó se me hizo un nudo en la garganta, un vacío en el estómago y un escalofrío recorrió mi espalda. Me habría gustado que me viera, porque no es lo mismo avergonzarse ante una pantalla, pedir perdón ante un teclado. El perdón se pide a los ojos, se coloca en las manos y se deja queditito esperando que sea aceptado.

Ella dice que no fue nada. Que tranquilo. Lo que no sabe ella es que uno de mis mayores miedos es el de hacer sufrir a la gente. No me gusta. Lo odio. La gente no debe lastimarse con o sin intención. No estamos aquí para eso. Y menos a gente que casi no conocemos. Entre más se quiere más posibilidades de ser herido, pero herir sin razón, herir a alguien que apenas conoces por andar de boca suelta, es despreciable.

Aun así no entendí mi reacción. Yo tengo muy claro que no me gusta hacer sufrir sin intención, pero no recordaba donde nació ese sentimiento tan fuerte. Hoy en la mañana mientras me vestía sentado en la cama lo recordé. Cuando yo era niño, no recuerdo bien la edad, hice sufrir mi mejor amigo en ese entonces, mi primo Rigo. Lo hice sin intención pero fue tan fuerte la impresión que todavía me afecta.

Rigo y yo tenemos casi la misma edad. Pasábamos mucho tiempo juntos. Yo iba a su casa a dormir,  él la mía. Compartimos mucho.

Rigo casi muere por una meningitis cuando apenas era un bebé. Mi tía siempre contaba como se quedó dormido y cuando lo fueron a mover no despertaba. Tenía mucha fiebre. Los doctores lograron bajarle la fiebre y Rigo sobrevivió. Sin embargo, dado el temor de daño cerebral, los doctores le recomendaron a mi tía que llevará a mi primo cada cierto tiempo a un chequeo. Le dijeron que muy probablemente tendría problemas en la escuela y en el colegio. Era un historia que todos en la familia conocíamos. De esas historias que se cuentan una y otra vez en las reuniones familiares.

A mi Rigo me parecía un niño normal. De hecho lo admiraba porque era muy creativo. Siempre se metía en cosas de arte y música. Recuerdo que para los campamentos de la Cruz Roja de la Juventud, en la que los dos asistíamos, se inventaba obras de teatro. Y ahora, además de ser un gran chef también canta, toca varios instrumentos músicales y tiene su propia banda.

En algún momento yo empecé a molestar, a chotear a Rigo con lo de meningitis. No directamente, pero sí hacía referencia a ello. No recuerdo exactamente lo que le decía. Seguramente cuando él se equivocaba en algo o salía mal en algún examen, yo sacaba lo de la meningitis a relucir. Yo no lo sabía pero estaba siendo muy cruel con Rigo.

Lo que si recuerdo bien es que un día mi tía me llamó aparte. Con un tono muy cariñoso y suave me explicó que Rigo se estaba sintiendo muy mal por como yo lo molestaba. Él tenía problemas en la parte académica y estaba empezando a pensar que era tonto o retrasado por lo de la meningitis. Mi forma de molestar lo estaba afectando mucho. Esa conversación con mi tía me marcó de por vida.

Podemos ser tan crueles sin saberlo.

Nunca más volví a molestar a Rigo con lo de la meningitis. Nunca le pedí perdón. Nunca le dije que lo admiraba, que para mi era un niño normal. Que si lo molestaba era por que lo estimaba.

Entre más cerca estemos de alguien más probabilidades de herir. Es casi inevitable. Es parte de la vida. Y cuando eso pase hay que mirar a los ojos, depositar el perdón en la manos y esperar a que sea aceptado. Y dejarlo ahí queditito. A la espera.

Perdón…

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